jueves, 11 de octubre de 2012

Cuba a merced de los rumores.


 

Dicen que las irregularidades a costa del cable submarino entre Venezuela y la isla van más allá del robo, las comisiones y la gestión fraudulenta. Comentan los bien o malsanamente informados que tecnología sospechosa -convenientemente instalada- permitiría captar datos sensibles, espiar contenidos. Por esa razón el secretismo cubano es rotundo: nadie sabe, nadie dice.
 
 
Se comenta que los acusados como corruptos permanecen en un limbo causal a la espera de desentrañar la madeja del espionaje enemigo. Entonces, el susurro entronca con el hecho en sí: por eso el fiscal general cubano, Darío Delgado, dijo sobre encausados por corrupción  que “no ha concluido la fase investigativa del proceso debido a la compleja naturaleza de los presuntos delitos”. Otras versiones sobre el famoso cable viajan desde Venezuela. Ha sido utilizado por Cuba para conocer y manipular convenientemente la contienda electoral que mantendrá a Hugo Chávez en el poder hasta el 2018.

Sin la investigación confirmante es poco profesional lanzar a través de los medios lo que es, de momento, una concatenación de suposiciones. Pero también del lado oficial se han escuchado especulaciones sin ton ni son. Valen ejemplos del mismo presidente venezolano quien ha acusado a Estados Unidos de inducir los padecimientos cancerosos de él y otros presidentes latinoamericanos y el terremoto que sacudió a Haití debido a un experimento realizado por la Marina norteamericana. Como desde entonces nada más se sabe, lo que dijo, hasta hoy, son elucubraciones.

En el caso cubano la circulación de comentarios también es utilizada por sus autoridades. A finales del pasado año desde las redes sociales, intencionadamente, fueron creadas falsas expectativas en torno a las inmediatas sesiones del parlamento. Según ciertos “tuiteros” los diputados aprobarían nuevas regulaciones migratorias. En realidad lo que se pretendía era llamar la atención internacional sobre el anuncio del indulto a 2.900 presos por razones humanitarias. Una decisión que seguramente trascendería sin necesidad de herir las esperanzas de miles de cubanos que siguen esperando por la flexibilización de la arcaica ley migratoria.

Al uso oficialista del rumor mediante penosos mensajeros se añade la curiosidad popular para enterarse -de alguna manera- de asuntos no tratados en la prensa estatal. Los silencios impuestos han debilitado la credibilidad de la gente en los medios cubanos a la vez que son desposeídos del derecho a la información. La imposición es baldía. El desempeño tecnológico anula el ocultamiento. La información incómoda con manipulación o sin ella se regodea en las redes cuando lo que sucede en la isla salta de afuera hacia dentro en menos de lo que canta un gallo con el añadido de que después, como un efecto retardado, aparece en los medios oficiales para concitar la estocada externa: “Las autoridades cubanas reconocen lo que ya habíamos avanzado, existe un brote de cólera en la isla”.

Las murmuraciones confirmadas han estimulado el apego a escuchar el ruido de la calle a pesar de las deficiencias del mensaje. El último barullo sobre corrupción se refiere a la gestión financiera en la recuperación del centro histórico de La Habana. Directivos de las empresas Habaguanex y Puerto Carena supuestamente están siendo procesados por malversación de fondos.  El historiador de la ciudad, Eusebio Leal, ha dirigido durante décadas los proyectos en la Habana Vieja y esta siendo salpicado por las informaciones que se hacen eco de estos acontecimientos no confirmados oficialmente. Puede que el espaldarazo al vox populi llegue desde las páginas del periódico Granma a través de una escueta nota informando sobre la liberación o el cese de Leal en sus funciones. Así es la política informativa en Cuba donde el cuchicheo es mejor que su prensa.

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