Dicen que las irregularidades a
costa del cable submarino entre Venezuela y la isla van más allá del robo, las
comisiones y la gestión fraudulenta. Comentan los bien o malsanamente
informados que tecnología sospechosa -convenientemente instalada- permitiría
captar datos sensibles, espiar contenidos. Por esa razón el secretismo cubano
es rotundo: nadie sabe, nadie dice.
Se comenta que los acusados como corruptos
permanecen en un limbo causal a la espera de desentrañar la madeja del
espionaje enemigo. Entonces, el susurro entronca con el hecho en sí: por eso el
fiscal general cubano, Darío Delgado, dijo sobre encausados por corrupción que “no ha concluido la fase investigativa del
proceso debido a la compleja naturaleza de los presuntos delitos”. Otras
versiones sobre el famoso cable viajan desde Venezuela. Ha sido utilizado por
Cuba para conocer y manipular convenientemente la contienda electoral que
mantendrá a Hugo Chávez en el poder hasta el 2018.
Sin la investigación confirmante es
poco profesional lanzar a través de los medios lo que es, de momento, una
concatenación de suposiciones. Pero también del lado oficial se han escuchado
especulaciones sin ton ni son. Valen ejemplos del mismo presidente venezolano quien
ha acusado a Estados Unidos de inducir los padecimientos cancerosos de él y
otros presidentes latinoamericanos y el terremoto que sacudió a Haití debido a
un experimento realizado por la
Marina norteamericana. Como desde entonces nada más se sabe,
lo que dijo, hasta hoy, son elucubraciones.
En el caso cubano la circulación
de comentarios también es utilizada por sus autoridades. A finales del pasado
año desde las redes sociales, intencionadamente, fueron creadas falsas
expectativas en torno a las inmediatas sesiones del parlamento. Según ciertos “tuiteros”
los diputados aprobarían nuevas regulaciones migratorias. En realidad lo que se
pretendía era llamar la atención internacional sobre el anuncio del indulto a
2.900 presos por razones humanitarias. Una decisión que seguramente
trascendería sin necesidad de herir las esperanzas de miles de cubanos que
siguen esperando por la flexibilización de la arcaica ley migratoria.
Al uso oficialista del rumor mediante
penosos mensajeros se añade la curiosidad popular para enterarse -de alguna
manera- de asuntos no tratados en la prensa estatal. Los silencios impuestos
han debilitado la credibilidad de la gente en los medios cubanos a la vez que
son desposeídos del derecho a la información. La imposición es baldía. El
desempeño tecnológico anula el ocultamiento. La información incómoda con
manipulación o sin ella se regodea en las redes cuando lo que sucede en la isla
salta de afuera hacia dentro en menos de lo que canta un gallo con el añadido
de que después, como un efecto retardado, aparece en los medios oficiales para
concitar la estocada externa: “Las autoridades cubanas reconocen lo que ya
habíamos avanzado, existe un brote de cólera en la isla”.
Las murmuraciones confirmadas han
estimulado el apego a escuchar el ruido de la calle a pesar de las deficiencias
del mensaje. El último barullo sobre corrupción se refiere a la gestión
financiera en la recuperación del centro histórico de La Habana. Directivos
de las empresas Habaguanex y Puerto Carena supuestamente están siendo procesados
por malversación de fondos. El
historiador de la ciudad, Eusebio Leal, ha dirigido durante décadas los
proyectos en la Habana Vieja
y esta siendo salpicado por las informaciones que se hacen eco de estos
acontecimientos no confirmados oficialmente. Puede que el espaldarazo al vox
populi llegue desde las páginas del periódico Granma a través de una escueta
nota informando sobre la liberación o el cese de Leal en sus funciones. Así es
la política informativa en Cuba donde el cuchicheo es mejor que su prensa.
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